viernes, 12 de febrero de 2010

HISTORIA - LA VIVIENDA, ESPACIO PÚBLICO Y PRIVADO DE BONAVISTA



Bonavista es un claro ejemplo en sus inicios de lo que se conoce por «coreas», o barriadas surgidas a partir de una construcción espontánea derivada del desarrollismo económico. En Cataluña empezaron a levantarse a partir de la Exposición Internacional de 1929 y sufren una gran incremento hacia la década de los años cincuenta, en plena industrialización. A diferencia del barraquismo, estas formas de crecimiento urbano tienden a consolidarse como definitivas, adquiriendo la vivienda para sus residentes la consideración de permanente y apropiada. Este fenómeno presenta una racionalidad interna como mecanismo de financiación de la vivienda comparativamente ventajosa para ciertos grupos sociales sin recursos y como localización estratégica, según los objetivos prioritarios (acceso al mercado de trabajo, economías domésticas y seguridad futura) que va imponiendo a las familias inmigrantes la progresiva integración a la vida urbana.

La necesidad imperiosa de vivienda obligó a los inmigrantes que llegaron a Bonavista a comprar los solares y a construirse sus propias casas. La mayoría de ellos trabajaba en la construcción y fue frecuente la cooperación mutua entre familias emparentadas o paisanas para levantar comunitariamente sus moradas. Así pues, al principio, como ha observado Dolors Comas, «los promotores de Bonavista, a diferencia de los de otros barrios, especularon sobre el suelo, pero no sobre la vivienda, y esto ofrecía ciertas ventajas: ya que muchos hombres trabajaban en la construcción, podían plantearse la posibilidad de construirse ellos mismos una casa, aprovechando así la experiencia de su oficio y el acceso a los materiales necesarios. Esto implicaría un sobreesfuerzo adicional a las ya cargadas horas de trabajo de ellos mismos y de sus familiares, pero economizaría gastos y, lo que es importante, los dosifica según la conveniencia de la familia, permitiendo, al mismo tiempo, que la nueva vivienda se adaptara mejor a las propias necesidades y gustos».

Las primeras parcelas empezaron a venderse a 1, 1.50 y 2 pesetas el palmo cuadrado, pero a este precio se vendieron muy pocas porque enseguida comenzaron a multiplicarse las subidas, llegando a alcanzar algunos solares el precio de 200 pesetas el palmo cuadrado en 1968. Las primeras casas autoconstruidas, tal como nos lo relata uno de los pioneros, «no tenían ni planos ni permisos, nadie se metía con nadie y la gente trabajaba sábados, domingos y festivos incluso de noche, y así se fueron haciendo». La gente se metía en las casas mucho antes de que éstas estuviesen acabadas, en cuanto se levantaban las primeras cuatro paredes y se cubría el primer tejado, dándose el caso extremo de que en el primer año de vida del barrio, en una sola vivienda vivían veintiocho personas, entre parientes y paisanos.

Una de las características de este tipo de viviendas es su transformación continua, a medida que surgen nuevas necesidades familiares. De cómo son ahora a cómo fueron antes, nos sirve este testimonio: «Al principio, la casa era más pequeña, más corta. Y la ampliación fue alargándola, porque estos solares todos tienen 19 metros de largo por 8 de ancho.» Las dependencias eran más pequeñas,

La cocina también. A medida que las posibilidades económicas iban aumentando, la casa se fue ampliando. La ampliación de las casas no se ha realizado únicamente de forma horizontal, sino que muchas de ellas han crecido verticalmente, mediante la adición de una o varias plantas. Tanto exterior como interiormente han sido remozadas y hoy en día se observa el cuidado esmero con que sus moradores tratan de conservarlas. Suelen tener pequeños espacios interiores abiertos, para tomar la fresca, y algunos de estos patios presentan una decoración vistosa que les confiere una auténtica categoría de arte popular, a base de baldosas de muchos colores distintos entre sí. Todo este esfuerzo invertido en el propio hogar hace que buena parte de las familias que viven en casas autoconstruidas muestren un orgullo especial y manifiesten esta satisfacción públicamente. En los últimos años muchos de los habitantes de estas viviendas han ido cambiando el encalado blanco de sus -fachadas, que conferían a Bonavista una homogeneidad estética similar a la de un pueblo andaluz, por unos colores más oscuros (marrones, grises ... ) y se han añadido algunos elementos de ostentación como las baldosas y los mármoles. Todo ello ha hecho perder ligeramente la singularidad arquitectónica a Bonavista, confundiéndose cada vez más con la urbe amorfa.

Esta ostentación también se deja sentir en los interiores de estas casas, donde se observa una preferencia por el mobiliario recargado y de grandes dimensiones, muchas veces desproporcionado al tamaño de las habitaciones. En éstas, se establece una clara diferenciación entre el espacio doméstico, destinado al uso cotidiano y el dedicado a recibir a los invitados. En el primero, las costumbres han ido cambiando con el tiempo, porque tal como recuerda una de las primeras mujeres en llegar: «antes comíamos todos en el mismo plato, todos en una fuente grande, que se ponía en mitad de la mesa (...) pero cada uno tenía su propia cuchara, con alguna señal».

Los límites de este espacio doméstico privado y el espacio público no están muy marcados y se confunden constantemente. Es frecuente ver, en las: épocas de buen tiempo, las puertas principales que dan a la calle abiertas de par en par. La calle se convierte en una prolongación de la vivienda: «Aquí cuando llega el verano, por ejemplo, salimos a tomar la fresca cuando llega la noche, como allí suele pasar, nos juntamos con varios vecinos, ocho o diez personas. Llegan las fiestas y nos adornamos la calle en ambiente andaluz, hacemos churros entre la comunidad de vecinos, lo cual en Cataluña no pasa». Ese vivir puertas afuera tiene sus puntos más comunes de reunión en la plaza y en los bares. Estos, aparte de ser el lugar obligado de encuentro para los hombres después del trabajo, pueden servir también para sondear el mercado laboral y, en ocasiones, para contratar gente.

En Bonavista, sin embargo, no todo son viviendas de autoconstrucción. A partir de 1967 empiezan a construirse casas de varios pisos por encargo y algunos de los albañiles del barrio se convierten en constructores, dedicándose a edificar pisos para la venta. Paralelamente, en viviendas de autoconstrucción se levantan nuevos pisos sobre la primitiva planta baja, y no sólo para albergar a nuevos familiares, sino con la intención de alquilarlos o destinarlos a posibles compradores. Todas estas iniciativas obedecen a la fuerte demanda de habitaje, dada la incesante inmigración de la época, y a las expectativas de inversión urbanística que se abren en Bonavista desde que el Ayuntamiento aprueba la construcción de un depósito de agua.

Cuando se llega a la década de los años setenta y se inauguran los servicios de aguas, se multiplican las construcciones de bloques de pisos. Todo esto contribuye a dar una imagen urbana al barrio. Esta fiebre de la construcción conduce a que se produzcan algunas irregularidades, y, así, un vecino que conoce bien el asunto reconoce que «muchos no son, pero hay aquí bloques que tienen veinte pisos de los que se podían hacer bien diez, porque veinte son reducidos y además abarcan una cantidad de metros que no corresponde a la legalidad, porque un solar de veinte metros era obrado hasta los dieciocho de fondo».

En 1975 un grupo de promotores de obras del barrio expone al Ayuntamiento el problema derivado de las construcciones que realizan rebasando la altura autorizada por las ordenanzas vigentes, pidiendo que ésta se amplíe. Hay que tener en cuenta que en esta década fueron más de treinta los constructores que operaron en el barrio, buena parte de ellos vecinos de Bonavista, aunque había también foráneos, predominando la empresa de tipo familiar. A finales de los años setenta, con la crisis de la construcción, el ritmo de edificación decrece notablemente. En 1984, el número total de viviendas en Bonavista era de 2.847.

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